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López quiere pueblo, no ciudadanos

Una democracia deja la infancia cuando sus habitantes dan el brinco del colectivo al individuo, del “nosotros” al “yo”. Y no, no se trata de un brinco del altruismo al egoísmo, o del bien común al bien individual. Esa es la patraña de los populistas. Es un salto a la madurez democrática que implica gobernar para todos y cada uno de los individuos libres que conocen sus derechos y tienen los instrumentos necesarios para ejercerlos, independientemente del grupo al que pertenecen. Es el país que no olvida a nadie, que incluye a todos, que no exige credenciales o filiaciones a los individuos para gozar de todos los derechos y para su ejercicio pleno. Es el país que deja atrás el gastado concepto de “pueblo” para abrazar el de “persona”.

Cuando un político habla de “el pueblo” se refiere a su mercado, a sus votantes, a su porra. “Pueblo” es uno de esos conceptos gastados y manoseados que quieren decir todo y nada a la vez, que pueden utilizarse al gusto y capricho de quien lo ocupa.

Para populistas como López, “pueblo” no es un conjunto de individuos diversos, con derechos particulares e intereses varios, que habitan un país. Para populistas como López “pueblo” es siempre plural, colectivo, homogéneo e instrumental. No es la suma de individuos con características similares, sino la masa de jodidos olvidados que lo aclama, porque lo necesita. Así, dentro de su concepto setentero y ruin de “pueblo” sólo entran las personas que reúnen ciertas características socioeconómicas, culturales y raciales, que fueron efectivamente olvidadas por gobiernos anteriores, y que lo pueden ver como su única alternativa.

Nunca lo escucharás confesar de manera abierta que a eso se refiere cuando habla de su amado “pueblo”. Nunca aceptará que los ve como un simple instrumento electoral, para llegar al poder y mantenerse en el poder. Confieso que yo le creo que les tiene un afecto especial, y hasta podría pensar que son su causa. Lo que es un hecho, tangible y hasta confesado por él, es que sólo gobierna para ellos, o, por lo menos, en especial para ellos.

En ese sentido, si tú, quien me lee, no tiene las características “correctas” para ser considerado de ese “pueblo”, su “pueblo”, tú, como yo, no tienes presidente. Tú, como yo, no tienes un gobierno que vea por ti y que te cuide a ti, que vea por tus necesidades y las de tu familia. Tú no cuentas en esa ecuación porque no lo necesitas para vivir, porque tú no fuiste olvidado por otros gobiernos, porque a ti nade te debe nada, porque has tenido oportunidades y privilegios, porque aspiras a ser mejor y a tener más, porque estudias y te preparas para buscar desarrollo personal y profesional, y, por todo eso, eres un “aspiracionista” insatisfecho, que está enojado con este gobierno, y que no aprecia que López, primero debe rescatar al “pueblo”. Eres un egoísta, como yo.

Esta división ruin y artificial, impulsada por López y decenas de tontos útiles en la academia, los medios y diversas plataformas, generan una disyuntiva tan interesante como definitoria.

La reacción natural, y hasta lógica, a esta imposición discursiva es que se construya una alternativa política que nos enfrente a su concepto de “pueblo” con quienes no cabemos ahí. Es decir, que los excluidos políticos en este sexenio reaccionemos como él espera y nos declaremos enemigos de su “pueblo”. Y entonces habrá ganado. Si logró que desprecies a quienes él dice defender, es que su discurso ya ganó.

En cambio, la reacción no natural, la trabajada, la que debemos construir, que requiere disciplina y una buena administración de los egos personales, es la de crear una alternativa política, un proyecto de país, en el que quepamos todos, en el que estemos incluidos todos, y en el que, los olvidados, tengan prioridad, para que nos puedan alcanzar, para que un día puedan ejercer sus derechos, como todos.

Ese es el camino de la ciudadanía responsable, la que se hace cargo de sus derechos y obligaciones, pero que también ve por aquellos que no han podido ejercer sus derechos. Es la que ve a cada persona como igual, como digna de los mismos derechos y oportunidades. Es la ciudadanía que ve al gobierno como un instrumento de todos, al que se le exigen cuentas y responsabilidad por todos, y no como un instrumento de promoción de intereses personales. Es la ciudadanía que aprecia la organización como forma de participación, y no como método de exclusión. Es la ciudadanía que aprecia el valor del individuo y la diversidad, y por eso no busca privilegios especiales ni abusa de su posición. Es la ciudadanía que no se deja comprar, manipular o engañar por políticos pasajeros, porque está viendo hacia el futuro de todos.

Y esa, justo esa, es la ciudadanía que López aborrece, porque esa ciudadanía, es la ruina del populismo.

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