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El manipulador en jefe

Nadie sabe para quién trabaja. Esa es una de las ironías más grande de la vida. En política es, además de una gran ironía, una constante cíclica. Me explico.

Quienes trabajan en las tareas del estado suelen dejar muchas cosas inconclusas, muchas obras sin terminar, muchas leyes sin aplicar, muchas políticas sin madurar, muchas historias sin concluir, muchos resultados sin ocurrir. Es muy común que en el plazo que dura un gobierno se dejen muchas cosas sin rematar, que serán aprovechadas y cacareadas por el sucesor, aunque se trate del acérrimo rival.

Sucede también en política que quienes ocupan el poder intentan establecer una narrativa del momento, un discurso, una interpretación del contexto que las ayude construir la historia de su paso por el gobierno. Para que esa narrativa sea vendible debe estar llena de símbolos, de interpretaciones simples de momentos complejos que engrandecen lo bueno y justifican lo malo. Para que no sea simplemente la nota pasajera de un periódico que se pierde al día siguiente los gobiernos suelen dejar sus símbolos en libros, museos, obras, calles, escuelas o monumentos que engrandecen a los personajes, y también a sus acciones.

Se van creando así, poco a poco, las caricaturas simplonas que conforman la “historia oficial” que llenan los libros de texto que reparte el gobierno, y que nos hacen aprender en las primarias. Quienes crean estas historietas y sus “valores” no pueden saber, ni controlar, cómo serán utilizadas en el futuro, ni por quien.

Durante décadas el PRI creó una narrativa oficial que tenía varios componentes importantes.

Uno de los más importantes es el patrioterismo de caricatura que implica que siempre hay un bueno muy bueno y un malo muy malo, un opresor despiadado y una víctima inocente, un desgraciado que sólo busca el mal y un mártir que los enfrenta en nombre del bien. Los primeros son los mexicanos de verdad, los segundo son los enemigos de México. En esa narrativa oficial, los pueblos originarios de estas tierras eran los buenos buenos que luchaban contra los malos malos de los españoles, invasores y ladrones. Nada de los primeros era reprochable o tenía matices, eran solo buenos. Buscarles defectos es antimexicano y hasta racista. Todo de los segundos era reprochable y era un acto de patriotas encontrarles más defectos para aborrecerlos aún más. La independencia se cuenta como ese acto heroico de las víctimas que corren a los malos de sus tierras para ser felices. Luego vinieron los gringos y los franceses, malos muy malos que fueron corridos por los buenos muy buenos, que salvaron a la patria. Luego vino la revolución, ese momento fundacional del modelo priista en el que un grupo de personas, en diferentes lugares, sin matices, lucharon por los derechos de los campesinos y los trabajadores oprimidos, en contra de los tiranos y ricos que los explotaban. Así nos los contaron.

Otro de los elementos importantes de la historia oficial es la ausencia de complejidad y análisis objetivo sobre sucesos que se encadenan con otros, para provocar efectos diversos. Los palacios de gobierno y museos están llenos de murales y pinturas sobre momentos fundacionales y fechas conmemorativas, a partir de las cuales todo cambió para bien. Se trata de esos parteaguas históricos que, sin lugar a cuestionamiento alguno, nos convirtieron en lo que somos hoy, y por eso tenemos que celebrarlos con desfiles conmemorativos, escenificaciones escolares y cohetones. No hacerlo es de clasistas antimexicanos.

El tercer elemento digno de analizar es la sobre explotación de símbolos, colores, fetiches, ídolos, alusiones cuasi religiosas y tradiciones convertidos todos en la “cultura del mexicanismo”. Hay cosas, colores, música, comida, bailes, costumbres y ropa que son dignas de un buen mexicano, de un patriota que ama a su tierra, y otras que vienen de los malos extranjeros que quieren acabar con nuestra cultura e imponer la suya.

Con estos tres elementos, y muchos otros, el PRI fue construyendo un complejo entramado de “valores” y narrativas históricas y patrióticas, que leímos millones de mexicanos en libros de historia oficial, vimos en decenas de museos y palacios de gobierno, reímos con películas y programas de tele que los explotaban, y pegamos con prit en nuestros cuadernos las monografías que los confirmaban.

Educado en ese PRI, creyente cuasi religioso de esa historia oficial y del mexicanismo oficial, lópez utiliza todo eso para manipular a millones de incautos.

Primero, resulta que el es el bueno buenísimo que lucha contra los malos muy malos que durante décadas han querido oprimir al pueblo. Así, cuestionarle cualquier cosa es un sacrilegio antipatriota. ¿Cómo se atreve quien sea a cuestionar al nuevo santón de la historia de México? Salgan los porristas a quemar vivos a todos esos antimexicanos clasistas que se atreven a cuestionar al héroe que lucha de sol a sol contra los malos, a favor del pueblo bueno.

Segundo, nadie se atreva a desagregar ni a analizar objetivamente cada aspecto del ejercicio de gobierno, con datos duros y sus propios méritos. Es un acto de clasistas antipatriotas quererle hacer fisuras al gran proyecto del nuevo tlatoani del mexicanismo bueno. La crítica y la autocritica convertidos en altas traiciones de quienes seguro trabajan para los malos más malos, y quieren afectar al pueblo.

Tercero, el abuso de los símbolos, las fiestas en el Zócalo con música tradicional, los colores del partido cercano al pueblo, los vuelos comerciales, el Jetta blanco, la ropa que visten en público, las tlayudas y el agua de nanche como medalla de patriotismo, los tamales de chipilín como instrumento para someter a los malos empresarios, la austeridad como bandera, la mediocridad como puente con los suyos.

Todo eso que creó el PRI por décadas, que nos obligó a aceptar y hasta celebrar, convertido hoy en instrumentos de manipulación política y social, que los pone en un pedestal del ladrillo marrón. Por eso digo que nadie sabe para quien trabaja. Ahora, nada de esto es destino, nada de esto es inescapable. Es nuestra obligación madurar como sociedad, como país, para ver la historia de México como una compleja trama de millones de sucesos de seres imperfectos que fueron construyendo el país que somos hoy. Se trata de re humanizar la historia y a sus actores, desacralizarla y quitarle el carácter de ídolos a sus protagonistas, asumirnos como actores en ella, pero también como protagonistas de la reconstrucción de un bello país que necesita más ciudadanos y muchos menos ídolos.

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